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18/04/2024
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El Estado nos manipula…

Lic. Alfredo Castañeda Flores       ANALISTA

3 ABRIL 2022.-En todo lo que ellos llaman la política o la religión, los idiotas están tan convencidos que se les nota tensos. A cualquier persona la convicción le aporta fuerza, calma y estabilidad. A ellos los hace extremadamente frágiles. Un matiz o una diferencia mínima los hacen llorar como si les arrancasen las uñas.

 

En estos casos, un método sencillo consiste en cortar el sonido. De hecho, la política y la religión tienen en común que su concepto es exclusivamente práctico: cada uno muestra, por sus obras, qué tipo de ciudadano es y, también por sus obras, qué tipo de feligrés. Una vez que te instalas en el silencio de los actos, las idioteces inverosímiles que los humanos son capaces de decir sobre Dios (sin ni siquiera preguntarse de qué hablan) o sobre el poder (lo mismo) se vuelven tan ligeras como la evolución de unos cúmulos inocentes en un hermoso cielo azul, bajo los cuales eres libre de ir a donde quieras.

 

Las instituciones funcionan mal, ya que se trata de formas teóricamente fijas destinadas a estructurar una realidad móvil, que definen unas normas inequívocas destinadas a encuadrar realidades múltiples, lo que hace necesario corregir, reformar y modificar sin cesar las instituciones y las leyes que las definen para que se adapten mejor a la vida real de los humanos y a sus relaciones con los no humanos (animales, bosques, máquinas y hasta espíritus, operaciones matemáticas, etc.). Como el Estado y las instituciones internacionales son máquinas todavía y eternamente en construcción, y como la historia siempre va por delante de ellas, la administración sigue siendo tan idiota hoy como lo era en Babilonia en tiempos de Hammurabi. Pese a los ajustes que deseas ardientemente y que quizás se introduzcan (o no), lo seguirá siendo dentro de diez mil años bajo el reinado  de los Targaryen. Eso no consolará a nadie, pero, al fin y al cabo, si pensamos a escala de unos veinte mil años, siempre nos ayudará a tomarnos la cola ante la ventanilla con paciencia.

 

He aquí por qué no son los funcionarios sino las instituciones mismas las que son estructuralmente débiles, por su falta de adaptación a lo concreto de las situaciones. Y la burocracia no ha hecho más que agravar el fenómeno. Al imponer a los empleados del Estado unas tareas cada vez más ingratas y al socavar las condiciones que les permitirían implicarse en su trabajo y obtener de él una gratificación justa, les impone unas formas de vida que acaban por minar su salud y añaden una capa de incuria a sus disfuncionalidades constitutivas.

 

Conviene recordar aquí que nuestras disposiciones y nuestras operaciones mentales, como no me canso de repetir, no se desarrollan en la intimidad de nuestra mente, sino que expresan y modifican situaciones y relaciones que pueden estudiarse a diferentes escalas. Son los sociólogos los que deben descubrir las condiciones sociales de fabricación de los idiotas. A mí me toca la tarea de formular operaciones conceptuales que cualquiera pueda apropiarse para las situaciones en que él o ella tengan el privilegio de toparse con un espécimen.

 

Por consiguiente, puedes quejarte de la idiotez de la administración y decir que el Estado nos toma el pelo, nos manipula, porque es del todo cierto. Aunque se adapten constantemente, las instituciones están irremediablemente inadaptadas y, frente a ellas, los ciudadanos deben luchar sin tregua para hacer valer su derecho, es decir, para que se reconozca la legitimidad de la sociedad a la hora de reclamar un marco adaptado a sus componentes, incluso y sobre todo en el caso de aquellos que se hallan fuera del derecho. Al mismo tiempo y por la misma razón, los funcionarios deben luchar constantemente para que el Estado no los arrastre en su perpetua delicuescencia (cuando no es demasiado tarde para ellos).

 

Estas observaciones permiten distinguir entre dos reacciones de los ciudadanos igualmente legítimas pero muy diferentes cuando se trata de la idiotez de las instituciones públicas. En efecto, por un lado, rebelarse contra su idiotez estructural es una postura indispensable para la democracia: sin la implicación de todos y cada uno en los problemas colectivos, caeríamos de facto en un régimen tiránico. Honradamente, amable lector, debo confesar que, a causa de una indiferencia creciente y de un repliegue trágico de los individuos en sí mismos, en parte ya hemos caído en él. Es indispensable, por lo tanto, que tu esfuerzo contra la idiotez de las instituciones se perpetúe, y que no renuncies nunca a indignarte.

 

Por otro lado, la rebelión política, para ser legislador, no puede conformarse con ser la voz de una emoción. Solo se convierte en reivindicación su prevé articularse con la institución. En otras palabras, aquellos que la formulan deben ser capaces y estar dispuestos a trabajar con espíritu constructivo al lado de verdaderos idiotas, de imbéciles reales, de individuos que son precisamente los más activos en política y en todas las administraciones públicas o privadas. Y, como el juego político consiste en lograr convergencias de distintas fuerzas sin caer en la idiotez, se deduce que está condenado a caer periódicamente en ella, puesto que por supuesto es contradictorio resolver todas las veces todos los conflictos en beneficio de todos.

 

Lo anterior contribuirá, espero, a hacerte a la vez más determinado y más paciente al interactuar con esos tinglados mal concebidos que son las instituciones, que ya exasperaban a la gente de la antigüedad, y contra los cuales, te lo confirmo, estás en tu derecho. En cuanto a definir unas formas de compromiso político eficaces y pertinentes para reivindicarlo, la cuestión topa con una dificultad. En efecto, el esfuerzo de integración al derecho tiene tantas ventajas que parece difícil renunciar a él. Estas ventajas consisten en hacer entrar en la lógica del derecho y bajo la protección del Estado a unos seres y unas situaciones que hasta entonces no gozaban de esa protección, lo cual daba lugar a situaciones en el mejor de los casos, absurdas y, en el peor, inhumanas. ¡Ánimo!

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